Líneas asesinas

I.- La noche.
La noche estaba oscura al igual que las últimas dos semanas; los carros pasaban por encima del asfalto que aun guardaba huellas de la lluvia que hacía pocos minutos había azuzado a la ciudad mojando todo lo que hay al paso, incluso, ahí en esos rincones que siempre quedan debajo de las cortinas de los comercios. La bruma había descendido tanto que aquellos pocos peatones que trataban de cubrirse del frió no lograban ver más allá de unos centímetros al frente y aunque eran pocos, se veían cruzar cubriendo sus cabezas con sombrillas y periódicos; parecería que el tiempo seguiría así todo el mes, tal y como suele suceder a mediados de verano. Así, lo anunciaron los periódicos, los noticieros y la gente que ha vivido mas y sabe distinguir las nubes de lluvia allá a lo lejos por encima de las montañas. Eran cerca de las diez de la noche, y ni aun así Alberto se percato de que las cosas cambiarían, porque eso, a diferencia del clima para la semana, no se había anunciado en ningún lado.


Estaciono el mustang negro 69 a un lado de la tienda de televisores. El limpiador de parabrisas era el original y eso ayudo a que de nada sirviera traer los faros prendidos; las dos líneas blancas que denotaban el modelo del carro llamaron la atención de ningún transeúnte de los que pasaron como tratando de esquivar las pocas gotas de lluvia que aún molestaban la vista.
Portaba gabardina de piel, sobrero, camisa y pantalones negros igual que su carro; los ojos eran de una mirada profunda como aquellas que penetran hasta lo mas hondo del alma, dejándonos sin aliento y con el sentimiento de que pronto pasará algo malo. Pero los labios no se movían a pesar de ser pequeños, a pesar, de que esa dentadura fuera mas blanca que una nube y no soltará ni un momento el cigarro que estaba encendido con la ceniza colgando. Así estaba sentado dentro del carro, viendo la revista cultural que siempre cargaba, leyendo el artículo que mas de 100 veces había leído en las mismas condiciones; el viejo estéreo del carro tocaba Five to one y él estaba como cada noche en el mismo carro y con la misma canción sentado, esperando el momento.

En las líneas de la revista se lee: “Todo debe parecer fácil, la sangre y el hombre son tan comunes como aquello que aparece ante nuestros ojos diciendo ser real. En las viejas teorías y algunos cuadros de la posguerra el hombre ha sido considerado malo por naturaleza, lo que pasa es que vamos educándonos con el pasar de los años…” Levantó la cabeza y recordó aquella primera vez, la sangre corriendo entre sus dedos, los gritos pidiendo clemencia, la mano enterrando cada vez mas hondo el puñal en el estómago y así, una sonrisa se pinto en su rostro al mismo tiempo que un trueno resonaba al final de la gran calle. Dio vuelta a la hoja abriendo los ojos como quien recuerda que no debe pensar en ciertas cosas, volteó y vio el reloj del estéreo; 11:00 de la noche, unos minutos más y el trabajo comenzaría. Era eso, solo cuestión de esperar.

Alberto bajo de su carro, no le importaron las gotas que cayeron sobre el sombrero, tampoco prestó atención del charco que piso con sus botas, solo se paró ahí recargado en la puerta del carro, metió la mano a uno de sus bolsillo y saco un cigarro mas.
Frente a él estaba esa luz prendida, una silueta se dibujaba a trasluz y la calle estaba sola. Esperaría a que la hora fuera la indicada.

2.- Conociendo el lugar


Las últimas dos semanas Gabriela había tenido problemas con la instalación eléctrica de su casa, al parecer comprar ese nuevo departamento con la prisa que lo hizo, no parecía tan bueno como en un principio, y la vida de soltera independiente se veía mucho mejor en televisión que en la vida real. Los gastos en todo habían sido mas de lo que esperaba y el ruido que se hacía en las mañanas en la calle era tan desastroso que se levantaba de mal humor día con día.

Justo eran las cuatro de la tarde cuando conectaba su computadora para revisar algunos correos; el chispazo de luz que se desprendió al conectar el alimentador a la corriente hizo que un bajón de luz fundiera gran parte de los aparatos eléctricos que tenía conectados. Su cara de desesperación vino al darse cuenta del daño y del gasto que esto involucraría. Salió del departamento que se encontraba en el tercer y último piso del condominio en busca de nuevos fusibles y de alguien que pudiera arreglar el problema.

El clima de ese verano había permitido al sol salir algunas ocasiones, pero las tardes eran frías y las noches bastante húmedas, lo suficiente como para impedir que saliera a conocer el nuevo lugar, extrañaba su casa, su familia, pero sobre todo aquellos días en que las dificultades de la soltería no se presentaban, aquellos donde podía salir de casa sin pensar en los gastos porque sus padres estaban ahí para ayudarla.

Vestía los mismos pantalones de mezclilla que tanto le gustaban, las botas café que cubrían por encima de sus tobillos, la blusa blanca y su chamarra verde que tenía desde la universidad; camino por las nuevas calles en busca de un eléctrico y fue reconociendo poco a poco cada una de ellas hasta darse cuenta que después de todo no era tan malo eso de la nueva libertad. Buscando recordó que no había probado alimento desde la mañana, entro a un local de comida y compro una hamburguesa que termino de comer mientras buscaba al experto en luz.


La tarde se hizo noche y el cielo comenzó a nublarse con esas nubes que amotinadas dieran la apariencia de permitir al cielo llorar lo suficiente como para no salir en días, así que sin éxito de búsqueda comenzó el regreso al departamento no sin antes comprar un par de velas para pasar la noche.


El departamento ahora estaba oscuro, las velas colocadas en la ventana, en la sala, y en el comedor daban una impresión de estar en una casa abandonada; acababa de comenzar a vivir sola y los muebles no eran tantos como para llenar en absoluto el espacio del mismo, así que con una vela mas en la mano se dirigió a su cuarto y se dispuso a dormir pensando en que mañana sería un nuevo día y tendría mas éxito.


Mientras trataba de dormir pensaba en sus padres, el accidente fue trágico, nadie le había dicho a ella que hacer en esos casos cuando la policía toca a tu puerta y pregunta por tu nombre para continuar después de la afirmación diciendo que un camión se estrello contra el carro de tus familiares sin dejar a nadie vivo. Ese día fue el peor de su vida; a pesar de que se prometió a si misma ser fuerte el llanto la derrumbo, la semana siguiente decidió dejar todo atrás, vender la casa, deshacerse de todo aquello que le recordará la imagen de sus padres muertos, y salir en busca de un nuevo hogar tratando de pensar que se trataba tan solo de un viaje largo que habían decidido hacer. Pensando en eso se quedo dormida.


3.- Cuando llega la hora


Alberto tenía escasos 28 años o al menos eso aparentaba. Llego al café a la hora que la voz del teléfono le dijo, se sentó en la mesa de la esquina y pidió un café cargado con un trozo de pastel de manzana. Era noche, siempre era de noche para él. Algunas personas prefieren trabajar de día pero Alberto no, el sol no era su amigo y prefería hacer todo cuando la gente duerme.

La mesera se acerco para preguntarle si todo estaba bien, y como siempre, Alberto se limitó a no contestar y asentir con la cabeza. Tomo su cena observando a la puerta del local, esperando que entrara, que se sentará frente a él y no se diera cuenta de lo que pasaba.

- En este trabajo todo es análisis. Revisas el comportamiento, la manera de pensar, la vestimenta, buscas que hace en esa hora, que gente los rodea. Tu sabes bien cómo hacerlo y si no, aprenderás con el tiempo – Eso es lo que le habían dicho el primer día en esa misma mesa; y con frecuencia al estar ahí sentado recordaba las indicaciones dadas por el jefe. En alguna ocasión Alberto le comento a su compañera de trabajo que para divertirse le gustaba pensar que era un asesino, otras veces que era un espía – Jugar con el personaje, el trabajo se presta para ello y si voy a vivir todo el tiempo haciendo lo mismo, creo que lo mejor será irle viendo el lado bueno- le había dicho la tercera semana a su única compañera, a la única del grupo a la que le había visto la cara, pero en aquella ocasión como cada vez Alberto solo había recibido una risa y un papel que tenía una hora y un lugar, lo demás ya estaba hecho.
La puerta del local se abrió, el cabello rubio cayo por encima de unos hombros que se pararon junto a él, era ella, nuevamente con un papel, con una hora y un lugar marcado. Levantó la mirada y señalo el lugar frente a él con la mano, invitando a la mujer rubia a sentarse, pero esta solo entrego la información y se marcho sin hacer ningún comentario, sin voltear a verlo.

Comentarios

Enrique ha dicho que…
gracias por tus palabras. son la cosa más linda que han dejado por mi blog.

me dejaste mudo, como con todo lo que escribes.

ciao cara amica mia.

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