Locos, imbéciles.. Todos.
De una platica, sale una lectura, y alivia la semana. No es pretexto, es una premisa.
***
Pues bien. En el mundo están los cretinos, los imbéciles, los
estúpidos y los locos. --¿Falta algo?
--Sí. Nosotros dos, por ejemplo. O, al menos, no es por ofender, yo.
--Sí. Nosotros dos, por ejemplo. O, al menos, no es por ofender, yo.
En suma todo el mundo, si se mira bien, participa de alguna de
esas categorías. Cada uno de nosotros de vez en cuando es un cretino, un
imbécil, un estúpido o un loco. Digamos que la persona normal es la que
combina razonablemente todos esos componentes o tipos ideales.
--Idealtypen.
--Bravo. ¿También sabe alemán? -
-Algo masco para las bibliografías.
--Bravo. ¿También sabe alemán? -
-Algo masco para las bibliografías.
--En mi época, quienes sabían alemán ya no se licenciaban. Se
pasaban el resto de su vida sabiendo alemán. Creo que hoy en día sucede lo
mismo con el chino.
--Yo lo conozco poco, por eso hago mi tesis. Pero, siga
hablándome de su tipología. ¿Cómo es el genio, Einstein, por ejemplo?
--El genio es el que pone en juego uno de esos componentes de
manera vertiginosa, alimentándolo con los demás. --Bebió. Dijo--: Hola,
guapetona. ¿Cómo siguen tus intentos de suicidio?
--Pertenecen al pasado --respondió la joven al pasar--, ahora
estoy en un grupo.
--Te felicito --le dijo Belbo. Y volviéndose hacia mí--:
También existen los suicidios en grupo, ¿verdad?
--Pero, ¿y los locos?
--Espero que no se haya tomado mi teoría como palabra santa. No
pretendo arreglar el universo. Estoy diciendo qué es un loco para una
editorial. Es una teoría ad hoc, ¿vale?
--Vale. Ahora invito yo.
--Vale. Pílades, por favor, con menos hielo. Si no, hace efecto
en seguida. Veamos. El cretino ni siquiera habla, babea, es espástico. Se
aplasta el helado contra la frente, no puede ni coordinar los movimientos.
Entra en la puerta giratoria por el lado opuesto.
--¿Cómo es posible?
--El lo consigue. Por eso es un cretino. No nos interesa, se le
reconoce en seguida, y no aparece por las editoriales. Dejémosle donde está.
--Dejémosle.
--Ser imbécil ya es más complicado. Es un comportamiento
social. El imbécil es el que habla siempre fuera del vaso.
--¿A qué se refiere?
--Así --apunto el índice hacia su vaso y lo clavó en la
barra--. Quiere hablar de lo que hay en el vaso, pero, esto por aquí, esto por
allá, habla fuera. O si prefiere, es el que siempre mete la pata, el que le
pregunta cómo está su bella esposa al individuo que acaba de ser abandonado por
la mujer. ¿Me explico?
--Se explica, conozco a algunos.
--El imbécil está muy solicitado, sobre todo en las reuniones
mundanas. Incomoda a todos, pero les proporciona temas de conversación. En su
versión positiva llega a ser diplomático. Habla fuera del vaso cuando otros
han metido la pata, consigue
cambiar de tema Pero a nosotros no nos interesa, no es nunca
creativo, trabaja de prestado, de manera que no presenta manuscritos en las
editoriales. El imbécil no dice que el gato ladra, habla del gato cuando los
demás hablan del perro. Confunde las reglas de conversación, y cuando las
confunde bien es sublime. Creo que es una raza en extinción, un portador de
virtudes eminentemente burguesas. Necesita un salón Verdurin, o mejor,
Guermantes. ¿Todavía leéis esas cosas, vosotros los estudiantes?
--Yo si.
--El imbécil es Murat que pasa revista a sus oficiales y cuando
ve a uno, de la Martinica, recubierto de condecoraciones, va y le pregunta:
“Vous etes negre?” Y el otro responde: “Oui mon genéral!”, Murat replica:
“Bravo, bravo, continuez!” Y cosas por el estilo. ¿Lo capta? Perdone, pero esta
noche estoy festejando una decisión histórica de mi vida. He dejado de beber.
¿Quiere otro? No diga nada, me haría sentir culpable. ¡Pílades!
--¿Y el estúpido?
--Ah. El estúpido no se equivoca de comportamiento. Se equivoca
de razonamiento. Es el que dice que todos los perros son animales domésticos y
todos los perros ladran, pero que también los gatos son animales domésticos y
por tanto ladran. O que todos los atenienses son mortales, todos los habitantes
del Pireo son mortales, de modo que todos los habitantes del Pireo son
atenienses.
--Y lo son.
--Si, pero de pura casualidad. El estúpido incluso puede decir
algo correcto, pero por razones equivocadas.
--Se pueden decir cosas equivocadas, con tal de que las razones
sean correctas.
--Vive Dios. ¿Si no por qué tomarse tanto trabajo para ser
animales racionales?
--Todos los grandes monos antropomorfos descienden de formas de
vida inferiores, los hombres descienden de formas de vida inferiores, por tanto
todos los hombres son grandes monos antropomorfos.
--No está mal. Ya estamos en el umbral en el que sospechamos
que algo no funciona, pero es necesario un esfuerzo para demostrar qué es lo
que no cuadra y por qué. El estúpido es muy insidioso. Al imbécil se le
reconoce en seguida (y al cretino ni qué decir), mientras que el estúpido
razona casi como uno, sólo que con una desviación infinitesimal. Es un
maestro del paralogismo. No hay salvación para el redactor editorial, debería
emplear una eternidad. Se publican muchos libros escritos por estúpidos,
porque a primera vista son muy convincentes. El redactor editorial no está
obligado a reconocer al estúpido. No lo hace la academia de ciencias, ¿por
qué tendría que hacerlo él?
--Tampoco lo hace la filosofía. El argumento ontológico de San
Anselmo es estúpido. Dios tiene que existir porque puedo pensarlo como el ser
dotado de todas las perfecciones, incluida la existencia. Confunde la existencia
en el pensamiento con la existencia en la realidad.
--Si, pero también es estúpida la refutación de Gaunilo.
Puedo pensar en una isla en el mar aunque esa isla no exista. Confunde el
pensamiento de lo contingente con el pensamiento de lo necesario.
--Una batalla entre estúpidos.
--Claro, y Dios se divierte como un loco. Decidió ser
impensable sólo para demostrar que Anselmo y Gaunilo eran estúpidos. Qué
motivo más sublime para la creación, qué me digo, para el acto mismo en
virtud del cual Dios determina su propio ser. Todo para poder denunciar la
estupidez cósmica.
--Estamos rodeados de estúpidos.
--No hay salida. Todos son estúpidos, salvo usted y yo. Mejor
dicho, no es por ofender, salvo usted.
--Algo me dice que esto tiene que ver con el teorema de Godel.
--No sé nada, soy un cretino. ¡Pílades!
--Me toca a mi.
--Después dividimos. El cretense Epiménides dice que todos los
cretenses son mentirosos. Si lo dice él que es cretense y conoce bien a los
cretenses, es cierto.
--Eso es estúpido.
--San Pablo. Epístola a Tito. Ahora esta otra: todos los que
piensan que Epiménides es mentiroso tienen que creer a los cretenses, pero los
cretenses no creen a los cretenses, por tanto ningún cretense piensa que
Epiménides es mentiroso.
--¿Eso es estúpido o no?
--Decídalo usted mismo. Ya le he dicho que no es fácil
reconocer al estúpido. Un estúpido puede llegar incluso a ganar el premio
Nobel.
--Déjeme pensar... Algunos de los que no creen que Dios haya
creado el mundo en siete días no son fundamentalistas, pero algunos
fundamentalistas creen que Dios ha creado el mundo en siete días, por tanto
nadie que no crea que Dios haya creado el mundo en siete días es
fundamentalista. ¿Es o no estúpido?
--Dios mío; realmente hay que decirlo... no sé, ¿a usted qué
le parece?
--Siempre es estúpido, aunque pueda resultar cierto. Viola una
de las leyes del silogismo. De dos premisas particulares no pueden extraerse
conclusiones universales.
--¿Y si el estúpido fuese usted?
--Estaría en buena y muy antigua compañía.
--Pues sí, la estupidez nos rodea. Y quizá para un sistema
lógico diferente nuestra estupidez sea sabiduría. Toda la historia de la
lógica es un intento por definir una noción aceptable de estupidez. Demasiado
ambicioso. Todo gran pensador es el estúpido de otro.
--El pensamiento como forma coherente de estupidez.
--No. La estupidez de un pensamiento es la incoherencia de otro pensamiento.
--No. La estupidez de un pensamiento es la incoherencia de otro pensamiento.
--Profundo. Son las dos, falta poco para que Pílades cierre y
aún no hemos llegado a los locos.
--Ya llego. Al loco se le reconoce en seguida. Es un estúpido
que no conoce los subterfugios. El estúpido trata de demostrar su tesis, tiene
una lógica, cojeante, pero lógica es. En cambio, el loco no se preocupa por
tener una lógica, avanza por cortocircuitos. Para él, todo demuestra todo.
El loco tiene una idea fija, y todo lo que encuentra le sirve
para confirmarla. Al loco se le reconoce porque se salta a la torera la
obligación de probar lo que se dice; porque siempre está dispuesto a recibir
revelaciones.
Y le parecerá extraño, tarde o temprano el loco saca a relucir
a los templarios.
--¿Siempre?
--También hay locos sin templarios, pero los más insidiosos
son aquellos. Al principio no se los reconoce, parece que hablan de manera
normal, pero luego, de repente... --Iba a pedir otro whisky, pero recapacitó y
pidió la cuenta--. A propósito de los templarios. El otro día un tío me
dejó un original sobre ese tema. Seguro que es un loco, pero con rostro
humano. El texto empieza sin estridencias. ¿Querría darle una ojeada?
--Con mucho gusto. Quizá encuentre algo que me sirva.
--Realmente, no lo creo. Pero si dispone de media hora pásese
por la editorial. Vía Sincero Renato número uno. Será más útil para mí
que para usted. Así me dice en seguida si el texto vale la pena.
--¿Por qué confía en mi?
--¿Quién dice que confío? Si viene confiaré. Confio en la
curiosidad.
Entró un estudiante con el rostro alterado:
--¡Compañeros, los fachas están en el Naviglio, tienen
cadenas!
--Les parto la cara --dijo el de los bigotes a la tártara, el
que me había amenazado cuando lo de Lenin--. ¡Vamos compañeros!
Todos salieron.
--¿Qué hacemos? ¿Vamos también? --pregunté, movido por la
culpa.
--No-- dijo Belbo--. Son alarmas que hace circular Pílades para
despejar el local. Para ser la primera noche que dejo de beber, reconozco que
estoy un poco alterado. Debe de ser la crisis de abstinencia. Todo lo que le he
dicho hasta este instante es falso. Buenas noches, Casaubon.
Su esterilidad era infinita.
Participaba del éxtasis.
(E.M. Cioran, Le mauvais demiurge,
París, Gallimard, 1969, “Pensées étranglées”)
La conversación en el Pílades me había mostrado el rostro
externo de Belbo. Un buen observador hubiese podido intuir el carácter
melancólico de su sarcasmo. No puedo decir que se tratase de una máscara.
Quizá la máscara fueran las confidencias a que se abandonaba en secreto. El
sarcasmo que exhibía en público, en el fondo revelaba su melancolía más
auténtica, que en secreto intentaba ocultarse a sí mismo enmascarándola tras
una melancolía afectada.
Veo ahora este file donde, en el fondo, Belbo trataba de novelar
lo que al día siguiente me habría dicho en Garamond sobre su oficio.
Reconozco en él su afán de precisión, su entusiasmo, su desilusión de
redactor que escribe por persona interpuesta, su nostalgia de una creatividad
nunca realizada, su rigor moral que lo obligaba a castigarse por desear algo a
lo que creía que no tenía derecho, dando una imagen patética y estereotipada
de su deseo. Jamás he encontrado otra persona que supiera compadecerse de sí
misma con tanto desprecio.
file name: Jim el del Cáñamo Ver mañana al joven Cinti.
1. Buena monografía, rigurosa, quizá demasiado académica.
2. En la conclusión, lo más genial es la comparación entre
Catulo, los poetas novi y las vanguardias contemporáneas.
3. ¿Por qué no usarla como introducción?
4. Convencerle. Dirá que estas extravagancias están fuera de
lugar en una colección de filología. Es la influencia del maestro, corre el
riesgo de que le niegue el prefacio, se jugaría la carrera. Una idea brillante
en las dos últimas páginas pasa inadvertida, pero si está al comienzo salta
a la vista, y puede irritar a algún catedrático.
5. Pero basta con ponerla en cursiva, en forma de comentario
libre, ajeno a la investigación propiamente dicha, con ello la hipótesis se
presenta como tal y no compromete la seriedad del trabajo. Sin embargo, esto
conquistará en seguida a los lectores, hará que aborden el libro de otra
manera.
Pero, ¿realmente estoy tratando de impulsarle para que actúe
con libertad, o lo estoy utilizando para escribir mi propio libro?
Transformar los libros con dos palabras. Demiurgo de la obra de
otro. En lugar de coger arcilla blanda y plasmarla, unas cinceladas a la
arcilla endurecida en la que ya otro ha esculpido su estatua. Moisés, darle el
martillazo justo, y ése va y habla.
El Péndulo de Foucault.
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